viernes, 20 de abril de 2012

VERTIGO


Dice la cancion: "El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos..."
Y será posible que cada vez envejecemos mas rapido? ...que los dias pasan volando?
...que el amor, ya no sonrie como ayer?!
En medio de estas cuestiones, enfrentamos un defasaje cada vez mayor entre lo material y lo emocional.
Nos acercamos aceleradamente al fin de una era.  Hemos llegado al punto en el que la vida, lejos de disfrutarse, se sufre.
Y se sufre mas allá de la posición económica de cada uno, no sólo sufre el pobre, sino también quien tenga conciencia de la realidad social y ambiental, pues es muy difícil ser plenamente feliz, siendo conciente de que miles de niños mueren cada hora por no poder acceder a unos pocos litros de agua potable, o que muchos millones padecen hambre crónica a lo largo de toda su corta vida.
Nos defendemos de esta penosa realidad obstruyendo nuestros sentidos, obnubilándolos. Tapando nuestros ojos, eligiendo lo que nuestros oídos pueden escuchar.
Pero en ese proceso de defensa ante la infinita injusticia de nuestra era, corremos el riesgo de perder nuestra sensibilidad, de acorazar demasiado nuestro corazón. Corremos el riesgo de dejar de sentir amor por el prójimo, por la madre naturaleza, por la vida.
Nos endurecemos para sufrir menos. Adaptamos nuestros estómagos a la ingesta diaria de pesticidas, nuestros pulmones a respirar aire contaminado. Nuestros ojos a las distancias cortas. Nos molesta el silencio, porque estamos adaptados al ruido de los motores, de las bocinas, de las sirenas y las alarmas.
Quienes viven en grandes ciudades, habitan espacios cada vez mas pequeños y mas alejados de la naturaleza, donde no se siente el frío ni el calor. No se mojan ni embarran cuando llueve. Se ve de noche igual que de día. Se atrofia el cuerpo, porque se usa el ascensor, control remoto, picadoras, batidoras, lavarropas, comidas congeladas, microondas.

Abramos nuestra mente, volvamos a sentir la lluvia en la cara y el barro en los pies. El frío, el calor. El canto de un pájaro, el perfume de una flor y el silencio. Abramos nuestro corazón y volvamos a sentir el dolor de la injusticia, de los niños que mueren de hambre y sed. Y luego volvamos a pensar cada cosa de las que como autómatas hacemos cada día. Volvamos a encontrar el sentido de nuestras vidas.